domingo, 23 de junio de 2013

A la carta.

A la carta

Hace una hora que se ha marchado. La casa sigue siendo la misma pero algo ha cambiado en ella… le falta alma. El gotelé de las paredes ya no alegra con aristas de felicidad, sino que ahora arruga los sentimientos hasta convertirlos en esquirlas de cristal que cortan la sonrisa en “juliana”  de desesperación. Hace una hora que se ha marchado.

Hora y media desde que cerró la puerta para no volver. La luz del cuarto de baño permanece encendida, tal como la dejó. Tendría que levantarme para apagarla, pero es el último recuerdo que me queda. Quiero no perderlo. Su figura al trasluz  es una imagen que no quise borrar de mis pupilas e intenté no pestañear para no perderla, pero mi cuerpo, autónomo e independiente a  mis deseos, cerró los párpados y solo quedó una bruma con forma humana. Cierro los ojos pero no consigo clarificar mi último recuerdo. Los abro y la luz del baño me devuelve a la realidad: mi realidad. Lágrimas “caramelizadas” de angustia surgen bañando la memoria irreal. Hora y media desde que cerró la puerta para no volver.

Tres horas. La ventana del salón está abierta. La noche hace entrar la frescura de la tormenta que se avecina y una “bechamel” de nata agria parecen las cortinas al paso de los soplos húmedos del viento. La indiferencia no llega. La resignación tampoco. El dolor, el dolor queda y no se va. Tres horas.

Cuatro horas sentado ante la mesa. Desde aquí puedo observar todos los habitáculos de un pasado cercano de felicidad truncada por un adiós sin palabras. La habitación del reposo, los sueños y el deseo “a fuego lento” permanece cerrada guardando en sus rincones jadeos,  risas y caricias que irán desapareciendo como el alcohol “flambeado”. Cuatro horas sentado ante la mesa.


Siete horas marcando las mismas huellas en la misma baldosa. El cuarto destinado al fruto de un proyecto común sigue vacío; esperará en vano lloros que claman protección en la noche o el maternal “néctar natural” de la vida. Siete horas marcando las mismas huellas en la misma baldosa.

Doce horas. Todos los agrios condimentos han sido sacados de la despensa del ayer y cada uno, en su justa medida mezclados, ha sido preparado “al dente” con “aromas de limón y acidez de vinagre”. Doce horas.

Todo está preparado. Es el momento.

Una duda: Como.

La bañera rebosa mientras una cuchilla de afeitar muestra el brillo, como de una sonrisa, junto a las sales de baño.

De la lámpara del salón una cuerda mira rígida la silla que, silenciosa, reposa a sus pies.

En el dormitorio principal los tranquilizantes esperan, bostezando, encima de la mesita de noche.

En la cocina seis balas aguardan, en tensión, la ruleta rusa, sabiendo que no hay hueco vacío entre ellas.

Vuelvo a repasar “la carta del menú”: Sr. Juez…

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