A la carta
Hace una hora que se ha marchado. La casa sigue siendo
la misma pero algo ha cambiado en ella… le falta alma. El gotelé de las
paredes ya no alegra con aristas de felicidad, sino que ahora arruga
los sentimientos hasta convertirlos en esquirlas de cristal que cortan
la sonrisa en “juliana” de desesperación. Hace una hora que se ha
marchado.
Hora y media desde que cerró la puerta para no volver.
La luz del cuarto de baño permanece encendida, tal como la dejó.
Tendría que levantarme para apagarla, pero es el último recuerdo que me
queda. Quiero no perderlo. Su figura al trasluz es una imagen que no
quise borrar de mis pupilas e intenté no pestañear para no perderla,
pero mi cuerpo, autónomo e independiente a mis deseos, cerró los
párpados y solo quedó una bruma con forma humana. Cierro los ojos pero
no consigo clarificar mi último recuerdo. Los abro y la luz del baño me
devuelve a la realidad: mi realidad. Lágrimas “caramelizadas” de
angustia surgen bañando la memoria irreal. Hora y media desde que cerró
la puerta para no volver.
Tres horas. La ventana del salón está abierta. La
noche hace entrar la frescura de la tormenta que se avecina y una
“bechamel” de nata agria parecen las cortinas al paso de los soplos
húmedos del viento. La indiferencia no llega. La resignación tampoco. El
dolor, el dolor queda y no se va. Tres horas.
Cuatro horas sentado ante la mesa. Desde aquí puedo
observar todos los habitáculos de un pasado cercano de felicidad
truncada por un adiós sin palabras. La habitación del reposo, los sueños
y el deseo “a fuego lento” permanece cerrada guardando en sus rincones
jadeos, risas y caricias que irán desapareciendo como el alcohol
“flambeado”. Cuatro horas sentado ante la mesa.
Siete horas marcando las mismas huellas en la misma
baldosa. El cuarto destinado al fruto de un proyecto común sigue vacío;
esperará en vano lloros que claman protección en la noche o el maternal
“néctar natural” de la vida. Siete horas marcando las mismas huellas en
la misma baldosa.
Doce horas. Todos los agrios condimentos han sido
sacados de la despensa del ayer y cada uno, en su justa medida
mezclados, ha sido preparado “al dente” con “aromas de limón y acidez de
vinagre”. Doce horas.
Todo está preparado. Es el momento.
Una duda: Como.
La bañera rebosa mientras una cuchilla de afeitar muestra el brillo, como de una sonrisa, junto a las sales de baño.
De la lámpara del salón una cuerda mira rígida la silla que, silenciosa, reposa a sus pies.
En el dormitorio principal los tranquilizantes esperan, bostezando, encima de la mesita de noche.
En la cocina seis balas aguardan, en tensión, la ruleta rusa, sabiendo que no hay hueco vacío entre ellas.
Vuelvo a repasar “la carta del menú”: Sr. Juez…
Sublime, mi querido amigo..
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